Un corredor solidario, sin barreras de ninguna clase, que les permita a los más de nueve mil niños venezolanos cruzar la frontera por un sitio seguro, sin que sus vidas corran peligro cuando vengan a sus escuelas en Colombia, es el clamor que se escucha desde de distintos sectores sociales y fuerzas vivas asentadas en Norte de Santander.
Desde el pasado 22 de febrero, cuando la frontera quedó cerrada, acudir a las aulas de clase se ha convertido en todo un calvario para ellos. Los que se atreven a hacerlo en compañía de sus papás, lo hacen bajo su propia responsabilidad y riesgo.
Una de las voces que pidió ayer respeto de los derechos de estos niños, fue la del obispo católico, Víctor Manuel Ochoa Cadavid, quien expresó que el drama y la situación de los venezolanos son de suma gravedad en los actuales momentos.
El religioso dijo que es necesario y prioritario abrir espacios para que los niños puedan venir a estudiar a Cúcuta y Villa del Rosario. Pero no solo para esto, también para que los venezolanos vengan en busca de asistencia médica, por medicinas, y se puedan aprovisionar de alimentos que necesitan allá en sus casas del hermano país.
Cuando se nombra el término humanitaria es complejo para ellos, entonces llamémoslo corredor de ayuda fraterna, de solidaridad en nuestras manos, de caridad cristiana, como sea, pero se tiene que abrir los espacios porque nuestra región ha sido una región unida, donde tenemos hermanos, tíos, primos, de uno y otro lado, dijo Ochoa.
El obispo católico manifestó que se necesita una frontera viva, no cerrada.
Papás de los niños que vienen a estudiar en escuelas de Villa del Rosario y Cúcuta urgieron a la comunidad internacional para que intercedan para que se ofrezcan garantías y respeto por los derechos de sus hijos. “No queremos ver los caminar por trochas ni exponiéndose a las aguas del río Táchira”, dijo Josefina Bustamante, madre de dos hijos que estudian en Colombia.
Para esta madre es preocupante que sus hijos sigan exponiéndose al peligro. Ayer, por ejemplo, ella temía por la seguridad de sus dos hijos, a su regreso de la escuela, debido a las protestas que se anunciaron tras la llegada a Venezuela del presidente interino Juan Guaidó.
Los papás también acompañan a sus hijos por trochas para traerlos a las escuelas en Villa del Rosario y Cúcuta, debido a que la frontera está cerrada.
Relató que cuando van de regreso hacia sus casas en San Antonio y Ureña, están siendo abordados por hombres que tienen sus rostros ocultos y les exigen una contribución para permitirles el paso. “No sabemos quiénes son y a órdenes de quienes estén, pero nos preocupa porque los niños están siendo testigos de fuerzas ocultas en el camino que emplean para ir a la escuela”.
Los testimonios que entregaron los pocos niños venezolanos que ayer se atrevieron a cruzar la frontera hacia Colombia para venir a la escuela, claman el cese del cierre de la frontera.
La Opinión los acompañó en una parte del recorrido que deben hacer por el río y las trochas, rumbo a sus escuelas en Villa del Rosario y Cúcuta, y esto fue lo que nos contaron:
Breiner: No quiero ir más por trochas
Breiner José Niño tiene 11 años, pero habla y piensa como un adulto. Estudia 1 de bachillerato en el colegio Manuel Antonio Rueda, en el barrio Gramalote de Villa del Rosario. Dice que aunque ya lo ha hecho antes en varias oportunidades, ir a la escuela por las trochas y cruzando el río Táchira lo asusta.
Desde el pasado 22 de febrero que se cerró la frontera con Colombia, la única vía que tiene para ir a clases es por estos lugares. Gasta cerca de 50 minutos caminando desde su casa, en San Antonio, hasta su escuela.
Para no ensuciarse los zapatos de barro, algunos niños cruzan las trochas en tenis y luego se los cambian cuando están en terreno seco.
Ayer, pese a que el nivel del río es uno de los más bajos de los últimos tiempos, Breiner José tuvo que cruzarlo con la ayuda de un voluntario que lo cargó.
Una vez del lado colombiano, camina un trayecto de un kilómetro hasta llegar a la carretera principal de Villa del Rosario. Es una caminata por camino empedrado y cubierto de maleza, y de animales que en cualquier momento se aparecen, dice.
Los niños pedimos que esto de tener que caminar por trochas y por las aguas del río para ir a la escuela termine pronto. “No queremos seguir yendo a estudiar en estas condiciones, porque es muy peligroso”.
Llevan zapatos de repuesto
El tener que atravesar el río los obliga a llevar zapatos de repuesto a los primos Alejandro Díaz y Mónica Calderón, estudiantes de cuarto de primaria en las escuelas Turbay y María Inmaculada, respectivamente.
No todas las veces tenemos un paso seco para pasar el río, hay ocasiones en que nos mojamos los pies y por eso de la casa salimos en tenis, para no ensuciarnos los zapatos colegiales, dicen.
Una vez coronan el paso por el río Táchira, se enrutan por la trocha y al llegar a La Parada, en lo seco, hacen la parada obligada para volver a cambiarse de zapatos. “Nos toca así para no llegar embarrados a clases”, dice Alejandro.
Esto nos gusta, no queremos seguir en esta situación, dijo Mónica.
Fuente/laopinion.com
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